lunes, 3 de abril de 2017

REFLEXIONES PARA SEMANA SANTA

En los maravillosos años de las tertulias que tenían lugar en RAZÓN ATEA –el blog del filósofo, escritor y periodista mendocino Fernando G. Toledo— pude aprender y enriquecerme con los participantes en los mismos. El materialismo filosófico lo encarnaba el propietario de la página. Fernando Cuartero y Atilio desarrollaban sus argumentos como escépticos formidables y siempre con una base científica que hacían inquebrantables sus conclusiones. Recuerdo –le he perdido la pista— a teísta católico que se hacía llamar Dark Paker. Había muchos más, iconoclastas la mayoría, sabios todos, poseedores de una oratoria y sintaxis dignas de los mejores alumnos, los “cerebritos”, los que sufrían bullying porque los mediocres no soportaban su superior intelecto. En mi corazón hay un sitio especial por ese mexicano esteta y amante de toda manifestación cultural, religiosa o no, que murió trágicamente hace ya tres años: Enrique Arias, “Ariastóteles”. De él aprendí el valor supremo de la belleza como motor de la vida, así como el ensimismamiento ante la brutal maravilla que nos rodea, creada por el hombre o la naturaleza.
Con las redes me he encontrado con antiguos amigos y he hecho amistades cibernéticas nuevas. Sacerdotes, músicos, políticos de todas las ideologías, profesores, artistas, creadores, obreros, empresarios, etc. La variedad de la sociedad es infinita y los posicionamientos ante la vida van a la par.

Cristo de Marfil, de estilo gótico

Por consiguiente, todos los años se han generado debates  antes de comenzar las festividades religiosas cristianas. Me gusta que existan, pero creo que me tengo que definir de forma radical. Soy escéptico, laicista y creo firmemente que por el bien de mi patria y de las religiones, el estado laico (o aconfesional, que es lo mismo pero “no e iguá”, que diría Martes y 13) es el único aceptable. Así mismo, en todo estado laico deben existir convenios con las religiones y con otras asociaciones para celebrar actos públicos que se consideren de interés cultural, antropológico y económico para todos. Aquí es cuando empiezo a chocar con el resto de laicistas. Creo firmemente que las administraciones públicas deben ser partícipes activas en las procesiones de Semana Santa, al igual que en los desfiles de Carnaval o en las celebraciones de conmemoraciones de éxitos sociales conseguidos en el pasado, como son el 1 de mayo o el día del orgullo gay. El estado debe apoyar la riqueza de la nación y las manifestaciones que suceden estos días lo son de forma incuestionable. Son bellas y muy especiales. En muchos lugares de España salen a la calle obras maestras de la escultura barroca, la puesta en escena es variopinta e intensa. Siempre me planteo  que si la seriedad con la que millones de españoles organizan los actos de estos días se extrapolara al resto de las funciones, seríamos la primera potencia mundial.
Por último y no menos importante: la Semana Santa es una gran fuente de ingreso económico. Una ciudad pequeña como la mía multiplica por tres su población en Jueves y Viernes Santo. No hay ideología, por muy racional que pretenda ser, que justifique la pobreza o la eliminación de un negocio sostenible, no contaminante y que provoca todo tipo de sentimientos.
Como conclusión: quiero un estado laico, que sea neutro ante las religiones pero que las admita en el ámbito público cuando el beneficio es para todos. Quiero el sonido del almuecín en la mezquita, las campanas de los templos católicos y sobre todo, quiero escuchar nuevamente las dos Pasiones de Bach y seguir conmoviéndome. Quiero que mis entrañas se retuerzan a pesar de que la neurociencia logre entender el porqué de todo ello.


6 comentarios:

  1. Hermosa entrada y hermosos sentimientos. En un mundo ideal, las cosas deberían ser así. Pero los sonidos emanantes de las mezquitas, las obras maestras de escultura o pintura, la música sublime inspirada por creencias religiosas, son solo el maquillaje de lo que es, al fin de cuentas, una conversión con aspiraciones totalitarias en cuanto a totalidad de convertidos y absolutismo de la autoridad religiosa y sus dogmas. Es por ello que sin sarcasmo alguno, autores educados llaman a las transformación de edificios religiosos como lugares de cultura y esparcimiento y no de culto. El problema de pasear una virgen, por ejemplo, es creérselo. El problema de postrarse ante Alá es precisamente creérselo. Abrazo Manuel!

    ResponderEliminar
  2. Es un privilegio tenerte en el blog, Atilio.

    ResponderEliminar
  3. Gracias, es un placer verdadero y necesario. Me hace falta algo de buena música, buen carácter y estética, así que me he abonado y ahora te sigo.

    ResponderEliminar
  4. No te conozco, Atilio, pero solo la redacción de este pequeño comentario que haces, me habla de una persona cultivada.
    Por eso, me cuesta pensar que una persona como tú pueda tildar a una obra como la que Manuel nos ha colgado aquí, de "máscara".
    Sí, a un estado aconfesional; pero no, a uno que ataque a cualquier religión y que cercene la libertad religiosa.

    ResponderEliminar
  5. Querido Manuel: no creás que no extraño los tiempos de lanzas cruzadas y noches en vela de Razón Atea. Lo bueno es que me ha dejado amigos y por eso mismo es que no considero cerrada aún esa taberna.
    Tu reflexión bien ameritaría ser publicada en aquella comarca, Razón Atea. Y si me lo autorizás, allá irá a parar.
    Por lo demás, en cuanto a tu reflexión, considero que la religión en un país debe ser como la lengua: tener la expresión de sus ciudadanos. Porque, se quiera o no, la religión (pienso en la católica, que es la que nos rodea a los habitantes del Occidente hispano) no es un asunto privado, no. Por definición, es algo público. Y en este horizonte hispano al que pertenecemos, la religión católica es fundante de nuestro ser. Y por ello se expresa y debe expresarse, porque aunque seamos ateos (yo soy ateo esencial total, por caso) esa religión es la que ha cincelado nuestra cultura. Además, por otra razón, digamos, «práctica»: porque es la que nos pone frente (contra) otras religiones, sectas y confesiones mucho más peligrosas. Lo vemos claramente con el crecimiento del Islam fundamentalista y creo que con ese ejemplo ya tenemos bastante.
    En este sentido, la Semana Santa forma parte de nuestra genética cultural tanto como el usar ropa, el comer carne cocida o el considerar que la religión debe estar separada del Estado («al César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios»).
    En fin: estoy muy de acuerdo con tu postura. Ah, y otra cosa: muy contento aún de ese encuentro con vos, mi esposa, Fernando Cuartero, y su hija, allí en Madrid, bajo la luna y en la Puerta del Sol.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Querido Fernando. Además del privilegio de tenerte en el blog, tengo que decirte que por supuesto que esta entrada puede ser publicada en la mítica Razón Atea.

      Eliminar

Luchemos por la ortografía