domingo, 21 de agosto de 2011

Música para el fin del veraneo

Poco queda para que acabe. Pronto se llenarán los colegios y triunfará la maravillosa rutina. Son muchos los padres que me comentan lo insostenible que les resulta la anarquía que reina en su casa durante el estío, desean regresar al trabajo, que los niños tomen de nuevo las aulas y que los domingos suene en la radio ese soniquete de los carruseles de fútbol en directo.
Personalmente, el verano supone un largo periodo de "amo de casa" y cuidador de mis niñas. A veces es más cansador que la vida marcada del resto de las estaciones. Marina (mi hija mayor) me reconoció que ya tiene ganas de empezar el colegio, a pesar de los deberes. Anhela la rutina, ver todos los días a los maestros, jugar con sus amigos y, por qué no, pasar algo de frío por las mañanas después de un final de agosto sofocante.
Creo que, como dice Eduard Pusnet, la felicidad está en la "antesala de la felicidad" y que la preparación de las cosas, la expectación y el deseo de que llegue el acontecimiento nos hace más felices que el acontecimiento en sí. Por eso, empiezo a preparar mi retorno al trabajo el día 1 de septiembre, con esos exámenes para los pocos que no superaron la materia en junio (en mi caso, sólo suspendo a los que no se dejan aprobar). No tengo ganas de empezar, pero tampoco quiero seguir en esta situación veraniega.
Por ello preparo el retorno con una música que invita a la serenidad y a afrontar los acontecimientos con optimismo, Se trata de el Concierto para Arpa y Orquesta en Do mayor K. 299 y su celebérrimo segundo movimiento.
Según se recogen en algunas cartas de Mozart a su padre, Wolfgan no soportaba la flauta. Con su habitual sorna afirmaba que sólo había un sonido peor que el de una flauta... el de dos. Quizá lo escribió por la saturación de trabajos encargados para ese instrumento entre el invierno de 1777 y la primavera de 1778. A finales de marzo de ese año viajaron padre e hijo a París y entre los encargos que se le hicieron estaba el del duque de Guisnes de componer un concierto para flauta y arpa para ser interpretado por él, un buen flautista aficionado, y su hija, una excelente arpista, de acuerdo a las crónicas de la época. El resultado es una composición con aire de salón, pero con una chispa que sólo conseguía el salzsburgués. La melodía se convierte en una extraña mezcla de finura y melancolía contenida. Las intervenciones solistas crean un timbre celestial muy bien explotado por Mozart.
La música es sutil, acaricia los oídos y no deja indiferente. Es como el paradigma de la belleza sin más. Aún no es el Mozart maduro de sus últimos años y no aborda los magistrales recursos formales de sus últimas sinfonías, óperas o música religiosa, pero ya deja claro que es simplemente un genio.
La versión en cuestión es la de la Orquesta Sinfónica de la Radio Bávara, con Isabelle Moretti al arpa, Philippe Boucly a la flauta y la dirección de Nevill Marriner.
Espero que disfruten.

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