martes, 9 de septiembre de 2014

El Retablo de Maese Pedro. La gran ópera española en media hora



Cuando Manuel de Falla (1876-1946) recibe el encargo de la princesa Polignac de escribir una ópera
de cámara, el maestro gaditano ya había comenzado un nuevo camino estético, tan “nacionalista” como el anterior, pero alejado del folklore andaluz y muy cercano a la música culta española de los siglos XVI y XVII, de la que no sólo bebe su esencia, sino que toma literalmente fragmentos de esas fuentes, con una elaboración audaz, ingeniosa, vanguardista y embebida de una época interesantísima del siglo XX: el neoclasicismo.
Manuel de Falla reservó en su escueta producción un espacio muy grande dedicado a la música escénica. Tras conseguir el Primer Premio de piano en el Real Conservatorio de Música de Madrid en el año 1899, observó que la mejor salida (y económicamente la única) para un compositor español era la zarzuela. Entre 1900 y 1903 escribe al menos cuatro: El corneta de órdenes, La cruz de Malta (éstas dos en colaboración con Amadeo Vives), La casa de tócame Roque y Los amores de la Inés, que fue la que más éxito le dio. En ellas sigue el estilo castizo del género, folklórico y popular, sin ambición universal.
Tras contactar en Madrid  con el catalán Felipe Pedrell, la obra de Falla sufrirá un cambio radical. A partir de ahí, el uso de elementos de inspiración popular será la base de un lenguaje que anhela la internacionalidad. Para ello, el desarrollo musical ha de ser por tanto, innovador y trascendente, con un desarrollo armónico audaz, ambicioso y colorista. El empujón de las tesis de Pedrell universalizó al maestro de Falla, que abordó desde esas premisas su primera ópera: La vida breve. Es una partitura muy superior a las zarzuelas anteriores, con pasajes inolvidables que la colocan en una posición más elevada.  El principal “pero” es la escasa profundidad psicológica de los personajes, salvo el caso de la protagonista: Salud.


El Retablo.
Volviendo al principio del artículo, Falla volvió a interesarse por la ópera tras la conclusión de La vida breve y antes del estreno de la misma. Según Antonio Gallego en las notas que escribió para el CD de harmonia mundi:

          Múltiples razones le impidieron abordar por segunda vez el género, hasta que, antes de irse a vivir a Granada, comenzó a trabajar en una “adaptación musical y escénica de un episodio de El ingenioso caballero Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes”. El libreto, tras la ruptura con los Martínez Sierra, lo hizo él mismo, y la obra entró entre las que vendió a la editorial Chester en diciembre de 1919. Obedecía a un encargo que le hizo la princesa Polinac, en cuyo palacio se estrenó en París en 25 de junio de 1923.

La grandeza en pequeñas dosis se muestra en todos los aspectos de la composición. Para empezar, sólo utiliza tres personajes: el Trujamán (el niño que narra lo que hacen los títeres), Maese Pedro (tenor) y el propio Don Quijote (barítono).  La orquestación es camerística, alejada de cualquier grandilocuencia:
Viento: 1 Flauta/ piccolo, 2 Oboes, 1 Corno Inglés, 1 Clarinete, 1 Fagot, 2 Trompas, 1 Trompeta.
Percusión: 2 timbales, tambor (con la caja de madera), xilófono, 2 carracas, 1 gran pandero sin sonajas, Tam- tam y campanilla.
Clavicembalo
Arpa
Cuerda: 2 primeros y 2 segundos violines, 2 violas, chelo y contrabajo. Falla especifica la posibilidad de aumento de intérpretes de cuerda en caso de representarse en una sala grande.
Por último, el minimalismo se certifica con la duración, que rara vez superará los treinta minutos, explotando casi íntegramente (con pequeños recortes) el capítulo 26 de la segunda parte del Quijote. Falla juega con un efecto escénico: el teatro dentro del teatro, ya que existe una doble representación, la del público viendo la ópera y la de don Quijote y todos los asistentes al retablo observando los títeres y su ingeniosa historia de caballería. La locura de don Quijote hace que nunca realidad y ficción estén separadas y que el paso de una a otra sea permanente.

La música del Retablo de Maese Pedro.
En esta época donde la clasificación compartimentada es necesaria para dar sentido a las cosas, es muy fácil poner una línea divisoria entre el Falla “popular” del Amor brujo o El sombrero de tres picos con este Falla “castellano” del concierto para clave o de la obra que aquí  nos reúne. Sin embargo, son también muchas las coincidencias como, por ejemplo, el uso de recursos politonales, que aunque son más marcados y exagerados desde el CONCIERTO PARA CLAVE, ya se podían apreciar en muchos pasajes de EL AMOR BRUJO. Falla juega con un estilo y otro con una comicidad erudita. Así se permite esconder la melodía de la canción del Fuego Fatuo entre todo el enjambre de voces que suenan en la huída de los amantes, justo después de la segunda interrupción de don Quijote.
Como dijimos en el primer párrafo, las fuentes del Retablo de Maese Pedro vienen directamente de los trabajos musicológicos de Felipe Pedrell, que sacaron a la luz las creaciones no litúrgicas de los siglos XVI y XVII  de Francisco Guerrero, Salinas o Gaspar Sanz. Toda esa música, por entonces desconocida, fue un mundo infinito y una fuente estilística para don Manuel, que tamizó y recreó de forma personal y auténtica. El mismo Antonio Gallego afirma que el bellísimo canto a dulcinea de la parte final toma como base la villanesca PRADO VERDE Y FLORIDO de Francisco Guerrero. Personalmente lo veo un poco peregrino, a pesar de las evidentes semejanzas.  La armonía que utiliza Falla gira alrededor de la politonalidad y de la tonalidad con notas añadidas, que logran una permanente sonoridad disonante que encaja con la comicidad trágica de los personajes, logrando extraer toda la personalidad de los mismos. La orquestación descarnada ahonda todavía más en lo grotesco de la trama y consigue que avance con dinamismo.
No quiero terminar esta entrada sin hacer una observación sobre cómo resuelve Falla la voz recitada. La mayoría del peso lo lleva el trujamán, que debe ser un niño o, en su ausencia, una mezzosoprano aguda. El uso de la tradición del pregonero, que consistía en la repetición de una nota – a la que el compositor añade bastantes saltos cuando la acción lo requiere— es la solución perfecta, que difícilmente se puede aplicar a otra situación escénica.
El Retablo de Maese Pedro es quizá la gran ópera del movimiento neoclásico europeo. Una joya guardada en un pequeño cofre. Todos los sentimientos terminan en la ironía o la sátira.  Ni siquiera el amor a Dulcinea cede un ápice a un perfume musical romántico.  No existen concesiones ni falsedades en una música perfecta que debería llenar los escenarios españoles y de lengua hispana de todo el mundo en la celebración del 400 aniversario de la publicación de la segunda parte del Quijote. Una ópera que es calificada por Tomás Marco en el volumen 6 de la Historia de la Música Española como “paradigma de toda una etapa de la música española” y para mí una de las más increíbles creaciones del siglo XX y una obra maestra sin parangón.

Versión:

- Orchestre Symphonique de Montréal, dir Charles Dutoit.
- Justino Díaz, barítono ("Don Quijote").
- Joan Cabero, tenor ("Maese Pedro").
- Xavier Cabero, soprano (el "Trujamán", narrador).


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