domingo, 1 de julio de 2018

¿Para qué componer?

Es cíclico. Pasado un tiempo dejo de ver sentido a la escritura musical. Suele suceder tras periodos de relativo éxito, siempre efímero, cargado de apoyos intelectuales y que dejan tras de sí una resaca de nihilismo, vacío creativo y cierta depresión.
Componer es un acto de fe. Primero tienes que creer en algo muy poco explicable: un lenguaje coherente, personal y a su vez comunicativo. Ese lenguaje nunca será novedoso (ni falta que hace) y en mi caso desencadena un terrible conflicto. No tengo necesidad de ser más disonante o menos; tonal o atonal; racional o irracional. Sin embargo, dudo mucho sobre si mi anhelo creativo está siendo respetado por mi elección estética. La utilización de los recursos musicales son frutos de una durísima educación, magníficos profesores y el irredento entusiasmo con el que estudié. En eso no me distingo en nada con ninguno de mis colegas.
Acabar una obra suele ser un momento de vacío. El agotamiento me invade y creo sentir que esa ha sido la última composición de mi vida. Si el pico del ánimo lo permite, puedo escribir la siguiente, pero si no es así, puedo pasar meses sin plasmar ni una nota.


Hoy sí creo que he terminado mi faceta de compositor. No se lo tomen del todo en serio, ya me sucedió en 2016. Mi último compromiso es un dúo de sopranos y piano. No sé qué hacer, no sé qué escribir. Es un compromiso angustioso, una obra que injustamente está sufriendo mi agotamiento creativo. Es la ausencia de deseo, la duda del lenguaje, el hastío, la nada.
Nuevamente, he dejado de querer escribir música. Cuesta mucho, NO SE PAGA (cuestión esencial) y se deben tener muchas ganas para afrontarlo.
Mucha gente escribe bien, la música no sufrirá.

martes, 20 de marzo de 2018

57 Semana de Música Religiosa

Cartel de la 57 edición, obra de Cruz Novillo

El próximo sábado 24 de marzo comienza la 57 edición de las Semanas de Música Religiosa de Cuenca. Como viene siendo habitual, escribiré la crónica diaria de cada uno de los conciertos en el periódico www.vocesdecuenca.com
La apuesta del director desde 2017 -Cristóbal Soler- se parece mucho a la que tuvo Valdano para el Real Madrid cuando hablaba de que el futuro de ese equipo (soy del Atleti a muerte, abonado para más señas) pasaba por una combinación de "Zidanes y Pavones". Es decir, grandes estrellas junto a nuevos valores de la cantera, salida en este caso de la Academia de la SMR.
Esta entrada no tiene como objetivo hacer un sesudo análisis previo del Festival. No tengo ni ganas ni tiempo. Solamente quiere recordar que tenemos este tesoro, en el cual participará otra vez Marc Minkowski al frente de Les Musiciens du Louvre. La versión que hicieron de La Pasión según San Juan en el año 2010 la reflejé, absolutamente conmocionado, el 30 de marzo de ese mismo año en las páginas de EL DÍA DE CUENCA.
Si desean, pueden leerla. Posiblemente, el concierto más bello al que he asistido nunca. Ojalá la magia se repita este año con La Pasión según San Mateo.


MINKOWSKI ROZA EL CIELO

No olvidaremos nunca el 29 de marzo de 2010 como el Lunes Santo en que la ciudad de Cuenca vio aparecer la figura de Mark Minkowski. Muchos de los presentes seguimos la trayectoria y discografía del director francés, pero no habíamos tenido la suerte de conocerlo en directo. Era la gran figura europea de la dirección barroca que faltaba por pasar en las SMR.
Minkowski fundó en 1982 (con tan solo veinte años) Les Musiciens du Louvre, la agrupación de instrumentos originales con la que ha recorrido la música de los siglos XVII y XVIII con éxito y especialización crecientes. Desde hace tres años su visión teatral y electrizante de la Misa en Si de Bach fue considerada por muchos como la más rompedora versión de la última década.
Debo reconocer que partía con algún prejuicio hacia algunos planteamientos, como el reducido coro, limitado a dos voces por cuerda. Los pocos que mantenía a las 20.30 horas habían desaparecido a las 20. 40. La sonoridad de la orquesta no sólo era cálida, precisa y preciosista. Lo más impresionante era el alma teatral que desprendía la interpretación. Posteriormente, cuando el coro intervino, entendí que ocho voces pueden ser suficientes si son redondas, moldeables, bellas y timbradas. Acabado el coro “Herr, unser Herrscher” supe que me encontraba ante uno de esos momentos mágicos que sucede pocas veces y que genera una conmoción en el irrepetible público de las Semanas. El drama de la Pasión de Cristo, el Evangelio de Juan y la música de Bach unidos en la más bella historia humana. Teatro sin escena pero con los ingredientes más perfectos para que la trama avance. En la concepción de Minkowski cada detalle hacía que la perfección se convirtiera en genialidad. He visto a pocos directores tan comprometidos con el silencio… ¡Cómo unía los distintos números con el contrafagot para que nada los separara!  ¡Cómo describir los segundos eternamente maravillosos que hubo antes del Da Capo del aria para contralto “Es ist vollbracht”! ¿Y los tempi? Vibrantes, eléctricos y frenéticos o laxos hasta el límite de la ternura. Todos los extremos eran posibles para el avance de la historia en una interpretación al límite de la posibilidad humana.
El compromiso de Minkowski fue somatizado por todos los intérpretes. No puedo destacar a ninguno, porque desde el laudista, los violinistas convertidos en violistas d´amore, los oboístas hasta el soberbio evangelista Markus Brutscher todos rayaron en la más absoluta perfección y en directa simbiosis con la concepción de la obra. Por eso deben comprender que cuando el coral que cerraba la obra concluyó y el director, en su último acto de sabiduría, mantuvo los brazos levantados para retardar los aplausos, la congoja se apoderara de mí. Los bravos rompieron mi garganta mientras las lágrimas descendían por mi rostro. Emulé a Pedro sin ningún tipo de vergüenza.

Luchemos por la ortografía