jueves, 30 de junio de 2011

EL ALIVIO VACACIONAL



Parece mentira, pero ha vuelto a suceder. El curso escolar ha concluido, algo impensable aquel lejano mes de septiembre. Durante dos meses no explicaré quién era Mozart, ni se interpretará una adaptación para placas de un fragmento de Beethoven, ni sonará al unísono un ensordecedor grupo de flautas dulces escolares y un conjunto de percusiones indeterminadas.
Debo reconocer que me lo paso bien en mis clases. Veo en muchos adolescentes la alegría de verse capaces de hacer música en grupo, cuando antes lo creían imposible. Tengo reacciones llenas de cariño que nunca olvidaré y que se mantienen para toda la vida. Hoy en día tengo amigos entre mis ex-alumnos. También hay en las aulas chicos que oponen una resistencia pétrea a la motivación. Aceptarlo resulta esencial para evitar frustraciones.
Tengo varios defectos como profesor. El primero de ellos es cierta anarquía y el segundo la incapacidad de evitar las decepciones, sobre todo de los responsables educativos. Ello me hace desear un cambio de rumbo en mi vida laboral... pero el deseo se tropieza con la necesidad de el día a día.

No piensen que voy a adornar esta fecha tan señalada con el Aleluya de Haendel. Sería demasiado obvio. Mejor, déjense seducir por esta maravilla neoclásica del compositor ruso Igor Stravinsky (1882-1971). Se trata del ballet Pulcinella (1920), en el que el autor toma sin complejos pasajes completos del gran compositor barroco Giovani Batista Pergolesi, además de otros creadores menores del mismo periodo como Domenico Gallo, Carlo Ignazio Monza y Alessandro Parisotti. Stravinsky cumple así el encargo del bailarín y coreógrafo Sergei Diaghilev y será estrenado por Leónide Massine en el papel principal y con el "plus" de los decorados de Pablo Picasso. La música mantiene la frescura original, pero uno nota que no está exactamente en el barroco, sino en una recreación. Las armonías se vuelven a veces ácidas y los efectos orquestales están en clara sintonía con los descubrimientos tímbricos de los años veinte. Stravinsky se aleja de sus ritmos obstinatos y deja de lado la ampulosidad de la que hacía gala la década anterior. Creo que el ruso nunca conseguirá igualar la calidad de sus composiciones de este periodo y menos aún en sus devaneos finales, cuando coqueteó sin ningún convencimiento con el dodecafonismo.
Déjense llevar por esta música que lleva irremediablemente a la felicidad... y con un Zubin Metha excelente.

martes, 7 de junio de 2011

Combatiendo el agotamiento

¿Qué hacer cuando el agotamiento atenaza la voluntad? La respuesta más lógica es descansar y vivir reposadamente, sin prisas ni obsesiones, aunque con proyectos y trabajos encima de la mesa. A fecha de hoy eso es imposible, pero intentaré al menos actualizar el blog una o dos veces al mes.
A colación de la astenia y el agotamiento, me viene a la cabeza la «Sinfonía concertante para violín, viola y orquesta K. 364», una joya escrita por Mozart en 1779, cuando tenía 23 años. El salzsburgués la consideró como la mejor obra que había escrito hasta entonces, y no es para menos. La orquestación es madura y se nota que ha absorbido todos los avances desarrollados en Mannheim, cuya orquesta había conocido poco antes. La forma global de la obra, en tres movimientos, es el de un concerto grosso ambicioso y expandido. El término sinfonía concertante le da más entidad, si bien es claramente un concierto clásico con estructura ternaria tanto en el número de movimientos como en la aparición de la "forma sonata" en el tempo inicial.
Nos centraremos (a ser posible tumbados, reposando, con tiempo por delante, en un entorno tranquilo y de aire sano) en el segundo movimiento, Andante. Un tiempo lento redondo, de expresividad «strum und drang» en do menor, melódicamente arrebatador. Ya está patente el mejor Mozart, el de la variación continua, la estructura perfecta y la emoción contenida pero plena. La melodía inicial muestra todo el talento del compositor, no podemos evadirnos de ella. El juego de violín y viola es encantador y a mí me entusiasma porque resalta el mayor de ellos, sufridor de chistes, marcado por el estigma de ser interpretado durante décadas por los violinistas venidos a menos. La viola es el más oscuro del «consort» de violines, pero tiene un no sé qué que la hace especial. Cuando aparece su sonido ronco pero penetrante la emoción rodea su timbre. Un buen violista convierte su instrumento en un tesoro, al que es difícil llegar, pero que una vez encontrado no se deja por ninguna otra cosa.
La partitura original está escrita para viola con scordatura, es decir, afinada de forma diferente a lo estandarizado, en este caso un semitono más agudo. Actualmente, en las orquestas comunes, de instrumentos modernizados, se interpreta con afinación normal.
La versión que propongo es notable, aunque no muy conocida. La razón es práctica, pues es de las pocas por youtube donde está el movimiento sin partir. Los intérpretes son: Malavika Gopal, violín, Jano Lisboa, viola y la NEC Chamber Orchestra.
Disfruten de esta obra, reposen y superen la astenia los que la padezcan. Un abrazo y hasta pronto.

Luchemos por la ortografía