miércoles, 12 de octubre de 2011

Paul O´Dette: Vibró el laúd

Comenzó el primero de los conciertos del ciclo «Tomás Luis de Victoria» en el Teatro Auditorio de la mejor manera posible. El laudista norteamericano Paul O´dette ofreció un concierto de los que no se olvidan, impregnado de todo el espíritu de la Europa del siglo XVI.

El recital tenía un título sugerente: «Música para el Papa, el Rey y el Emperador», una recreación de la reunión que tuvo lugar en Niza en junio de 1538 entre el emperador Carlos V, el rey Francisco I de Francia y el Papa Pablo III para firmar un tratado. Los mandatarios se presentaron con importantes séquitos –una forma habitual de manifestar su poder— entre los que se encontraban sus mejores músicos. Existe constatación escrita de la presencia de los laudistas Francesco da Milano y Alberto de Ripa, mientras que es posible que también se encontrara el vihuelista español Luys de Narváez.

La música de los tres maestros nombrados, más la de Pietro Paulo Borrono, condensaron toda la esencia de un siglo donde la música instrumental empezaba su andadura independiente de la vocal, pero que todavía seguía atado a muchas de sus convenciones.

Laúd, contrapunto y danza.

El laúd se convirtió en el instrumento predilecto de la nobleza. Con sus seis órdenes (o cuerdas dobles) era capaz de aglutinar la complejidad de la música vocal de época, principalmente el contrapunto imitativo, además de ser idóneo para interpretar las danzas cortesanas y populares que tanto gustaban. Por eso, la práctica totalidad de los compositores de laúd y vihuela del siglo XVI escribieron para esos dos formatos, como pudimos comprobar en el concierto del pasado viernes. El estilo de cada uno de ellos, aun ciñéndose a las mismas normas, es muy distinto. Alberto de Ripa esconde una música sombría, cerebral e intensa, mientras que Narváez explota el poder de las variaciones sobre un tema dado (que en España se llamaban diferencias) con una gran energía e imaginación. Pietro Paolo Borrono busca un laúd luminoso mientras que Francesco da Milano, apodado por su maestría “Il Divino”, se encumbra como dominador supremo de todas las formas de la época.

La visión de Paul O´Dette.

El gran intérprete de Ohio forma junto con Hopkinson Smith y José Miguel Moreno el gran tridente de solistas veteranos de la cuerda pulsada antigua. O´Dette es un maestro con mayúsculas, de los que exhiben un dominio técnico natural, sin esfuerzos visibles ni exageraciones gestuales. Inició el concierto con Pietro Paolo Borrono –el menos profundo de los cuatro autores— y mantuvo una tensión creciente, combinando sabiamente las variaciones y danzas con las más complejas fantasías. Acababa cada sección con una obra brillante.

Las virtudes de O´Dette se vieron desde el principio. El laúd es un instrumento de gran belleza sonora y visual y de pequeña proyección. El desarrollo expresivo se debe realizar desde el detallismo en el fraseo, las pequeñas pinceladas, las mínimas desigualdades que hacen que la riqueza se acumule en cada página. O´Dette nadaba como pez en el agua haciendo diferentes dos acordes idénticos y realizando las notas rápidas como una cascada cambiante.

El otro aspecto que puso de relieve fue el de la ornamentación. Muchos pueden pensar que improvisar trinos, cadencias y otras florituras es algo típico del Barroco y que no es aconsejable para el Renacimiento. Basta con la lectura de los propios libros de los laudistas y vihuelistas del siglo XVI para comprobar cómo los mismos compositores dejaron claro que el intérprete debía ser un activo improvisador. O´Dette asumió ese papel con naturalidad y debo reconocer que no había escuchado en la vida una versión tan ampulosa y plagada de ornamentos de la “Canción del emperador” de Narváez. El resultado puede ser hasta discutible en lo estilístico, no así en lo musical.

Al acabar el recital tuve esa extraña sensación de vivir de nuevo una noche irrepetible. Me sentí afortunado, porque mis padres no tuvieron las posibilidades de alimentar el espíritu musical que yo he tenido en estos años. Los ciudadanos de esta “Ciudad para la música” así lo entendieron… por eso asistimos la “friolera” de setenta personas.

El artículo fue publicado en la versión impresa de EL DÍA DE CUENCA el miércoles 12 de octubre de 2011


3 comentarios:

  1. Realmente exquisito.

    ¡Laúd! Este año he tenido la fortuna de escucharlo ya en una sala de música de cámara, creo que al menos en dos ocasiones. Y me he enterado ya que mi querido José Miguel Moreno es laudista. :) ¿Dónde estará?

    Dices: " O´Dette asumió ese papel con naturalidad y debo reconocer que no había escuchado en la vida una versión tan ampulosa y plagada de ornamentos de la “Canción del emperador” de Narváez. El resultado puede ser hasta discutible en lo estilístico, no así en lo musical".

    Tal vez el intérprete estaba ebrio de barroco. una interpretación ampulosa revela a alguien que jamás se aburre, pero que puede abrumar a los demás. Admites al final que el estilo es cuestionable, pero que su pericia estética rinde buen fruto auditivo. Gracias por compartir tus valiosas observaciones, que enriquecen mi universo filosófico.

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  2. Querido Enrique. Es curioso cómo en un estudio de las fuentes, la ornamentación improvisada estaba presente en muchos tratados del S. XVI. Quizá el barroquismo tiene sus raíces mucho antes.

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  3. Hola, queridísimo Manuel. ¿Qué tan antes? Alguna vez, recuerdo, planteaste algo así como que la emoción desbordante siempre ha acompañado al ser humano.

    PS

    Para más señas, asómate por favor al último post de mi blog, ¡totalmente apasionado!

    Un abrazo.

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