viernes, 13 de noviembre de 2009

CARLES TREPAT Y LA GUITARRA ÍNTIMA



El año del centenario de la muerte de Isaac Albéniz no podía prescindir del instrumento que más ha extendido su música por todo el mundo. Curiosamente, el maestro de Camprodón jamás escribió una nota para guitarra, pero conoció las versiones realizadas por su contemporáneo colega Francisco Tárrega. En Albéniz La guitarra suena natural, como si fuera el ideal sonoro de su mente cuando creaba las partituras pianísticas.

El concierto del pasado martes también fue un homenaje al anteriormente nombrado Tárrega, fallecido también en el funesto 1909. El compositor y guitarrista castellonense ha pasado a la historia por dos cosas. La primera fue revolucionar la técnica y la construcción de la guitarra y la segunda, crear algunas de las melodías más famosas de la historia de la música.

El intérprete.

Carles Trepat llegó a nuestra ciudad con la aureola de ser considerado uno de los mejores intérpretes de su generación y la verdad es que no defraudó. Se presentó con una guitarra Santos Hernández, construida alrededor de los años veinte del siglo pasado, que proyectaba un timbre aterciopelado, dulce y de excepcional belleza. Desde el primer momento, guitarrista e instrumento funcionaron con perfecta simbiosis, huyendo de todo tipo de ampulosidad o extravagancia y buscando desde el principio un clima íntimo y esencial. Toda la oferta musical mereció la pena, pero quisiera destacar algunos detalles que realmente me llamaron la atención. El primero fue el fraseo claro y reposado, muy evidente en el casi siempre angustioso trémolo de «Recuerdos de la Alhambra», que fue realizado sin ninguna precipitación, regodeándose en cada nota y con una dirección clara y nítida. El segundo, la curiosa transcripción en Re -realizada por el propio Trepat— de la celebérrima «Asturias», que dotó a la obra una mayor variedad y redondez. Por último, la acertada elección del repertorio. Disfrutamos de Tárrega como compositor y adaptador, con lo que pudimos evaluar su doble faceta. Sentimos una «Puerta del Vino» de Debussy con una riqueza especial mientras que Granados y Albéniz estuvieron en su salsa desde una interpretación íntima, solvente y llena de sentido y musicalidad. Sólo eché en falta alguna pieza original de Miguel Llobet para cerrar el círculo del mundo guitarrístico postromántico e impresionista.

Concierto excelente, de los que hacen amar un instrumento único y que demasiadas veces es mancillado por manos diletantes. Espero que la experiencia se repita.

Crítica de Manuel Millán aparecida en la versión impresa de EL DÍA DE CUENCA EL 13-11-09.

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