Miércoles Santo.
Romanticismo y siglo XX.
Dos excelentes conciertos marcaron la jornada del miércoles.
Abandonamos los universos renacentistas y barrocos para adentrarnos en el
romanticismo y el siglo XX. El primer concierto tuvo lugar en la iglesia de San
Miguel y estuvo a cargo del coro asturiano El
León de Oro, dirigido por Marco
Antonio García de Paz. El repertorio era tan complejo como bello, partiendo
del romanticismo de Mendelssohn, Brahms, Bruckner –o el menos conocido de
Stanford o Rheinberger— para acabar en las distintas estéticas del siglo XX
como los post-románticos Holst y Rachmaninov, el cercano al minimalismo
Taverner o los vanguardistas reconducidos Penderecki o Schnittke.
De este concierto hay que destacar dos cosas: la primera y
más importante, es que estamos ante un coro no profesional. La segunda y quizá
más fascinante, es que suena mejor que la mayoría de los profesionales. Es más,
voy a valorarlos como tales, porque llegar a pianissimos tan increíbles sin que se caiga la voz o llenar el
auditorio con esos fortissimos redondos,
trabajados y sentidos no se consigue sin el compromiso del director, pero
tampoco sin la excelente técnica de sus componentes. Mendelssohn fue cantado
con poder, Brahms con oscuridad calculada, Taverner con sentido hímnico y
onírico y Penderecki desde el arrebato y el contraste extremos. Concierto
excelente de una agrupación modélica en nuestro país y que hoy en día es muy
superior a algún famoso orfeón del norte.
León de Oro ©SMR/Santiago Torralba |
Por la tarde en el Teatro Auditorio, regresó el pianista
onubense Javier Perianes, pero en
este caso como solista de una de las obras que iba a interpretar la Orquesta
Sinfónica de Galicia, bajo la batuta del director ruso Dima Slobodeniouk. El primer concierto sinfónico de esta edición se
basó en tres obras de lejano carácter religioso, muy alejadas estéticamente y
de calidad extrema aunque poseen distintos grados de comunicación con el
oyente. El festín de Belshazzar del
finlandés Jean Sibelius es una página sinfónica incidental, directa y
comprensible. Sigue las pautas formales y tímbricas del mejor Sibelius, aunque
no posee el desarrollo de sus grandes sinfonías. La visión de maestro Slobodeniouk
fue honda y sutil. Se regodeó en los tenues cambios de timbre y en la increíble
capacidad de esta música para acariciar nuestros oídos. Tras esto, el Concierto para piano y orquesta en Sol de Maurice Ravel fue un estallido de
color. La partitura es una orgía sonora, el mejor tratado de orquestación de la
historia, una obsesión de la mezcla instrumental. Tanta sutileza tímbrica hace
descabalgarse a más de una orquesta, pero los gallegos estuvieron a la altura
de un Perianes colosal, concentrado y que siempre tenía una sorpresa debajo de
la manga. Nunca olvidaré el maravilloso segundo movimiento, esa melodía
infinita tan fácil de romper por un segundo de desconcentración. No fue así, el
color inundó la sala y las frases fluyeron como si tuvieran vida propia. La
segunda parte del concierto se dedicó íntegramente a la Sinfonía nº3 “El poema divino”
de Alexander Scriabin. Partitura densa y colosal, reiterativa en los temas y de
desarrollos inabarcables. Partitura muy cercana al director, que desmenuzó de
forma titánica. Excelente concierto.
Javier Perianes, Sinfónica de Galicia, Dima Slobodeniouk ©SMR/Santiago Torralba |
Jueves Santo. Otra
gran Pasión.
En Cuenca tenemos un maravilloso problema: hemos escuchado
tantas grandiosas pasiones bachianas que muchas veces estamos desbordados y
perdemos la perspectiva. El jueves disfrutamos de una versión excelente, con
criterios claros y contundentes y llevados adelante por unos profesionales de
primer nivel internacional. Voy a intentar hablar de todo ello y mi crítica se
dirigirá exclusivamente a mi visión dramática de la obra, que no tiene por qué
coincidir con la del director.
Partamos por el final. Tanto el Balthasar Neumann Chioir como Le
Concert Lorrain son dos agrupaciones fascinantes. El coro era una joya de
matices, empastado y que respondía con celeridad a cualquier indicación de su
director. La orquesta, una agrupación de solistas de primer nivel, que posee un
color cálido y un importante torrente sonoro. Los fraseos, marcadamente barrocos
y detallistas hasta el extremo, dieron una lección de estilo magistral y los
solistas vocales estuvieron excelentes, desde es intenso tenor Julian Prégardien como evangelista, muy
expresivo, hasta el bajo Dietrich
Henschel como Jesús, más sobrio pero
de voz penetrante y cálida. Las voces femeninas de la soprano Hana Blazíková y la contralto Sophie Harmsen sonaron
brillantes, luminosas, fraseadas hasta el detalle. Todo perfecto en una obra
perfecta. El director Cristoph Prégarden,
dio una visión frenética, luminosa por momentos y dramática por otros.
Y es aquí donde vuelvo al principio de la crítica. Tantas
Pasiones geniales producen a veces desconcierto. Nunca satura esta cumbre de la
historia de la humanidad, siempre produce al ser humano sensible cierto
síndrome de Stendhal, pero… ¿Qué podría debatir con Prégarden sobre su visión
de la Pasión según San Mateo? Sólo una cosa: la visión global. Su versión, en
su brillantez inicial me encantó, avanzaba con soltura, pero quizá tras la
segunda parte (no hubo descanso, cosa que nunca entenderé, pues no tiene nada
positivo y muchas negativas, aunque sean fisiológicas) necesité un mayor giro
dramático progresivo, que se tradujera en los tempi de las arias y en el sentido de los corales (lo hizo en el
posterior a la muerte de Jesús, eliminando el duplicado instrumental y con una
intensidad constante en piano).Es un detalle que pretende generar un debate, no
pretende ser crítica, pues su lectura global fue, cuanto menos, sobresaliente.
Christoph Prégardien ©SMR/Santiago Torralba |
Viernes Santo.
Segundo estreno.
El autor de Algecireño
José María Sánchez Verdú fue el protagonista del segundo estreno mundial
de la 54 edición de las SMR. En el encuentro de compositores que tuvo lugar a
las 17:00 y que tuve el honor de presentar, el maestro Sánchez Verdú comentó lo
que íbamos a escuchar. Por un lado el ya estrenado Libro de Leonor –para grupo vocal y coro gregoriano— y previamente,
lo que sería en realidad el encargo de las SMR: Libro de danzas de la muerte, para organetto, órgano gótico y
vihuela de arco. Ambas son partituras hermanas y de características similares,
que encajan a la perfección. Sánchez Verdú realiza una recreación— instrumental
en las danzas de la muerte y vocal en el libro de Leonor— de la música de la
época del Codice de las Huelgas. Utiliza y recrea materiales originales pero
también juega con la materia sonora que resulta de ellos. Nos muestra nuevas
texturas instrumentales y vocales que nacen de las bajomedievales y regresan a
ellas.
Las danzas de la muerte requirieron el movimiento del
público, que se desplazó al claustro renacentista para escucharlas. Allí, con
luz de velas y una imponente luna llena, la magia estaba garantizada y la
emoción fluía con naturalidad. La fusión de las artes era casi natural y
personalmente, me creó un goce difícilmente igualable. Nos desplazamos a la
nave central para escuchar el Libro de Leonor y a partir de ahí fueron los
intérpretes los que se fueron desplazando por el templo. La idea resultó, el
viaje perenne entre el pasado y el presente se reflejaba en la propia
arquitectura gótica y las vidrieras de Torner, Bonifacio y Rueda. La música se
adaptó a esas circunstancias. Los intérpretes (Tasto Solo, Ensemble
Organum y Schola Antiqua) con dos directores sabios en la materia, Marcel Pérès
y Juan Carlos Asensio, rozaron la perfección
Concierto muy bello.
José María Sánchez Verdú ©SMR/Santiago Torralba |
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