Me resulta complicado hablar de esta obra musical. Fui testigo de su gestación y elaboración gracias a las tertulias que he tenido con mi maestro y amigo José Miguel Moreno Sabio. Tuve el privilegio de leerla antes de su estreno y, por tanto, conocer muchos de los deseos inquietudes, y esperanzas del compositor.
Por eso, repito, me resulta complicado hacer una crítica de algo tan querido por mí, pero por fin he decidido afrontar la necesidad de escribir sobre ella, una vez estrenada con gran éxito dentro del Ciclo Pedagógico del Teatro de la Zarzuela de Madrid y en el Teatro Auditorio de Cuenca.
Para quien no conozca a José Miguel Moreno Sabio (Motril
1956) les diré que no solo es compositor, pianista y profesor de Armonía,
Contrapunto y Fundamentos de Composición en el Conservatorio Profesional «Pedro Aranaz» de Cuenca, sino
que además es una de las personas que más sabe de ópera que yo jamás haya
conocido. De estudiante en el RCSMM era un habitual en el Teatro de la Zarzuela
(por ende, el único teatro de ópera de la capital) y allí escuchó las grandes
voces del momento, esas que hoy en día no se terminan de conseguirse por
carreras poco cuidadas y precozmente perdidas. Se enamoró del maravilloso
mundo de la escena y era capaz de dar
conferencias sobre cualquier aspecto de la misma, desde los diferentes estilos
del belcantismo, los esfuerzos de los compositores franceses por adaptar la
ópera a su lengua o los avances armónicos o escénicos de Richard Wagner. A la vez que se iba formando en la técnica
compositiva con maestros como Carmelo Bernaola o Antón García Abril, se forjó como
pianista acompañante de cantantes, con lo que culminó su vasta formación en el
inabarcable mundo de la música escénica y el lied.
Así pues, en pleno siglo XXI, donde la ópera sigue bebiendo
mayoritariamente del pasado y parece que sólo innova en cuestiones escénicas,
afrontar la composición operística tiene el grave riesgo de caer en la
frustración. Sin embargo, aquí se pusieron de acuerdo dos conciencias muy
claras con un mismo fin: José Miguel Moreno Sabio y el director de la Escolanía
Ciudad de Cuenca, Carlos Lozano. Como resultado, este fantástico cuento lírico.
Carlos Lozno, Manuel Millán y José Miguel Moreno Sabio |
Isabel, ópera, cuento
lírico… escena.
Isabel es la historia de una niña que viaja del mundo real,
triste y solitario, hasta el mundo del sueño el juego y la fantasía. Una trama
sencilla, directa y que es comprensible para pequeños y mayores. El maestro
Moreno Sabio no cae en la tentación –que tan mediocres resultados ha producido
a los largo del siglo XX— de intentar la “abstracción escénica”. La acción es
clara y concisa, permite la combinación de varios mundos musicales y se mueve
entre ellos con naturalidad. El libreto es del propio compositor, pero sazonado
con poemas de Federico García Lorca y Federico Muelas. Podemos percibir los
distintos tratamientos que tienen los personajes adultos –Luna y Neptuno— y los
infantiles –Isabel y los niños—. Mientras los primeros poseen un tratamiento
melódico amplificado y por momentos complejo, además de un trabajo armónico más
denso, los segundos basan gran parte de sus intervenciones en cantos populares.
La transición de unos pasajes a otros se logra con naturalidad y dinamismo
admirables. Desde el inicio la música es bella, atractiva y eficaz. Un trabajo
de creación ambicioso que apunta alto y que merece el máximo de difusión.
La interpretación.
La Escolanía Ciudad de Cuenca roza lo milagroso. Ella es el
germen de la composición y está a la altura de la misma, gracias a un trabajo
vocal que no para de dar frutos. Los niños cantan con alegría y reflejan un
trabajo ímprobo, sacrificado y generoso. Trabajan colectivamente con tanta
pasión y tan bien dirigidos técnicamente que no veo límites en sus
posibilidades. El esfuerzo de Carlos Lozano es impecable, constante y no para
de dar frutos. Podemos pensar que se está creando en nuestra ciudad una
agrupación de referencia nacional en su tipo. La Orquesta de la Comunidad de
Madrid, bajo la dirección de Manuel Coves, sonó muy bien como era previsible y
el director comprendió la partitura, dejando como protagonistas las voces, pero
extrayendo los múltiples colores que la orquestación posee. Los dos personajes
adultos, la soprano Itxaso Moriones y el barítono Xavier Mendoza, cumplieron
con creces, ambos con vis cómica y gracia en los momentos de comedia y fuerza
expresiva en los amplios pasajes donde se convierten en protagonistas.
La puesta en escena de Carlos Lozano se apoyó en excelentes
medios digitales, que cubrían el minimalismo sobre el que se basaba. La
ambientación nos llevaba cien años atrás, con unos niños de otra época, pero
que se podían identificar con los actuales. Consiguió ser muy seductora.