El año 2025 se presenta con un estreno muy importante que
marcará un cénit en mi carrera como compositor. No puedo dar más datos y en
unos pocos meses sabrán de qué se trata.
Pero no vengo a hablar de ese estreno, sino del inicio de un
nuevo y definitivo proyecto creativo que no tiene fecha de entrega y que para
mí supone el cierre del círculo vital como ser humano: la ópera ARTABÁN.
¿Por qué ARTABÁN es el cierre de un círculo? Porque quiero
devolverle a su autor lo que me dio de niño y quiero hacerlo desde la más
absoluta madurez, sabiendo que la vida es corta, ya la he consumido en su mayor
parte y no puedo perder el tiempo.
Todo empezó de niño. No sé a qué edad exacta, pero vino a mis
manos un libro que andaba por mi casa, escrito por Carmen Pérez Vera. Su
lectura me marcó. Me pareció que su protagonista encarna todos esos valores que
nos acompañan en nuestra infancia en época navideña: el amor desinteresado por
los demás, la generosidad sin límite y el sacrificio y humanidad sin restricciones;
valores que poco a poco van menguando en nuestros corazones con el paso de los
años por las simples circunstancias de la vida, la complejidad de las
relaciones sociales, las escaseces económicas y los intereses cruzados que complican
los sentimientos primarios.
Con ARTABÁN se inició la vida lectora de un niño tímido, muy
torpe, de pocos y buenos amigos, vergonzoso, obsesivo y afectado posiblemente con
lo que hoy llamaríamos TDA (trastorno de déficit de atención), que tuvo como
consecuencia más de un guantazo en clase y unas notas bastante mediocres. Pero
ARTABÁN hizo que mi sensibilidad a flor de piel encontrara un camino para
mostrarse. Quizá, quién sabe, fue uno de los causantes de que yo sea compositor.
The Other Wise Man (El otro Rey Mago)
El origen de este personaje no proviene de la imaginación de
Carmen Pérez Vera, sino de un pastor presbiteriano norteamericano: Henry van
Dyke (1852-1933). Según reza la Wikipedia:
El zigurat de Borsippa, con sus altos muros y siete pisos,
era el punto de encuentro de los cuatro reyes e inicio de la travesía conjunta.
Hacia allí acudía Artabán, con un diamante protector de la isla de Méroe, un
pedazo de jaspe de Chipre, y un fulgurante rubí de las Sirtes como triple
ofrenda al Niño Dios, cuando topó en su camino un viejo moribundo y desahuciado
por bandidos: interrumpió el rey su viaje, curó sus heridas y le ofreció el
diamante al viejo como capital para proseguir el camino
Continuó en soledad en pos de su destino, pero arribado a
Judea, no encontró ni a los Reyes ni al Redentor, sino hordas de soldados de
Herodes degollando a recién nacidos: a uno de ellos, que con una mano sostenía
a un niño y en la otra blandía afilada espada, ofrece el rubí destinado al Hijo
de Dios a cambio de la vida del niño. En esta actitud es sorprendido: es
apresado y encerrado bajo llave en el palacio de Jerusalén.
Treinta años duró el cautiverio, y fueron llegando ecos de
los prodigios, consejos y promesas de un Mesías que no era sino el Rey de Reyes
al que fue a adorar. Con la absolución y errando por las calles de Jerusalén,
se anunció la crucifixión de Jesucristo; encamina sus pasos al Gólgota para
ofrecer la adoración largamente postergada, cuando repara en un mercado en el
que una hija es subastada para liquidar las deudas su padre. Artabán se apiada
de ella, compra su libertad con el pedazo de jaspe, la última ofrenda que le
quedaba es ofrecida y Jesucristo muere en la Cruz: tiembla la tierra, se abren
los sepulcros, los muertos resucitan, se rasga el velo del templo y caen los
muros. Una piedra golpea a Artabán y entre la inconsciencia y la ensoñación, se
presenta una figura que le dice: “Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y
me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me curaste,
me hicieron prisionero y me liberaste”. Desorientado y exhausto pregunta:
“¿Cuándo hice yo esas cosas?”, y con la misma expiración recibe la respuesta:
“Lo que hiciste por tus hermanos, lo hiciste por mí”. Con él se elevó a los
mismos cielos que en su juventud le guiaron en pos del Destino finalmente
alcanzado.
Para mí, en este cuento navideño son mucho más importantes
los valores que la religiosidad. Es más, todos los que me conocen saben que amo
mi cultura católica, pero soy un escéptico convencido. Sin embargo, la lectura
del cuento, tanto en su versión original como en su adaptación infantil, me
sigue generando lágrimas inocentes y una emoción poco explicable a mis años.
Esta vez no tengo un libretista, como sucedió en mi primera
ópera: LA CAJA DE LUZ (Gracias eternas, Gustavo, por ese libreto genial). Aquí
solamente tengo que adaptar el texto original con breves diálogos y algunos
versos que tomaré, como tantas veces, de los maravillosos siglos XV, XVI y XVII
en España.
Con el paso de los años siento que casi todo es
prescindible. Me quedo con el cariño infinito que siento de mi familia (tanto de
la que he creado como de la que provengo), un paseo con mi mujer, una cena
entre amigos, el calor de una tertulia hablando del Atleti, la emoción intensa
de un concierto, o mis dedos jugando entre las cuerdas de mi guitarra
decimonónica. Por eso, tengo que ir a lo esencial y dar gracias a Henry van
Dyke, a Carmen Pérez Vera y a todos los maestros que me enseñaron música, desde
el solfeo más primario hasta las enseñanzas más complejas. A todos ellos, a
todos vosotros: ARTABÁN ha comenzado el vuelo. Ojalá la vida nos permita disfrutarla.
Os quiero.