¿Es la música de creación difícil
de entender? ¿Es sugerente, directa o excesivamente alejada de la sensibilidad
contemporánea? Si es buena, nunca. Quien le diga eso miente y usted es
demasiado importante como para perder el tiempo.
¿Significa eso que la música que
es comunicativa, directa y comprensible está ligada a patrones tradicionales
desde un principio? Pues no necesariamente. Y la razón es muy sencilla: la
tradición no existe, es un invento pedagógico para intentar dar orden a
determinados conocimientos relativamente cercanos en el tiempo. Un ciudadano
medio del siglo XXI considera una cláusula polifónica del siglo XIII como
música poco común, diferente y no especialmente cercana. Tradición no es todo
el pasado sino unos pocos recursos de los siglos XVIII y XIX a los que se dio
forma estricta para ser enseñados de manera generalizada. Por tanto, la
tradición no es necesaria para crear obras comprensibles. Es más, puede ser
incluso una barrera más
Algunos se preguntarán por qué
hago esta introducción para hablar de una pieza teatral para actriz y
electrónica recientemente estrenada. La razón es porque la obra de Hachè Costa
es cercana en todos los aspectos: su temática es la más actual posible: los
problemas mentales de cualquier persona que vive con todos los grandes
problemas contemporáneos. La lucha entre uno mismo y sus “valores”, la
desesperación de la pelea continua, los grandes traumas del pasado.
De Hachè Costa sólo puedo decir
que es un músico extremadamente interesante y multidisciplinar, un gran
conversador y que considera la música de creación de manera radical. Su
formación filosófica y filológica le hace fijar mucha atención en todas las
posibilidades de la voz, no tanto como canto sino como un emisor de todo tipo
de fonemas y sonoridades, ya sean naturales o por transformación electrónica.
El foco de su música es el ser humano, que debe ser nuevo y mejor, para lo cual
debe afrontar todos los lastres del pasado.
Pero volvamos a LA MANO ¿Es una
ópera? ¿Es teatro musical? ¿Es teatro con música? Pues es una ópera en tres
actos para actriz y electrónica, así de claro. La razón es evidente: porque lo
ha decidido el compositor. Requiere de una actriz no cantante que ejecuta en
directo el papel protagonista y con distorsión electrónica el resto de papeles.
Mi pequeña recensión está realizada, por desgracia, a partir de la grabación
discográfica ya que no asistí a su estreno en el Centro Cultural Sanchinarro de
Madrid. Todos los papeles nacen de ELLA, la protagonista y son sus traumas sin
resolver, en forma de niña, padre, madre, sociedad o juez. El libreto muestra
un mundo interior fantasmagórico, opresivo, angustioso y también irresoluto. No
puede dejar indiferente a nadie y es muy difícil no sentirse atrapado por unas
sinergias tan descarnadas.
La mano es la crónica de un
desgarro, está creada desde las entrañas, con un lenguaje que por momentos es
cercano al cine de terror (las voces distorsionadas, el omnipresente obstinato
del reloj, el paroxismo de la protagonista), un texto pequeño, próximo y de
estética actual, incluidas las expresiones malsonantes, que hace que esa
cercanía de la que hablaba desde el principio sea marcada y real. La mano no
tiene melodías cantábiles, pero su lenguaje es muy reconocible, los sonidos
afinados están en permanente conexión con los efectos y la voz y la sensación
de disonancia es percibida con total naturalidad. Por cierto, la obra, dentro
de su marcado expresionismo, es musicalmente bella y encuentra colores
armónicos variados, motivos repetidos de forma casi minimalista de manera
incidental mientras el drama avanza.
¿Es este el futuro de la música
de creación? ¿Es necesario disponer de masas instrumentales y vocales amplias,
con los graves problemas económicos que estamos viviendo de manera
ininterrumpida desde hace más de trece años? La respuesta es que sí. Es una de
las salidas posibles, porque los recursos austeros son compensados por la
tecnología y sólo hace falta el talento, como ha demostrado Hachè Costa, para
conseguir resultados infinitos.
No quiero terminar esta crónica
sin felicitar el trabajo (sólo he podido escucharla) de la actriz Emi
Caínzos. Su papel es colosal y lo aborda desde un compromiso y un buen hacer
que genera en el oyente la emoción más sincera.
Por favor, consigan el CD, pongan
sus auriculares (es audio 3D) y déjense llevar. No se arrepentirán.