Cartel de la 57 edición, obra de Cruz Novillo
El próximo sábado 24 de marzo comienza la 57 edición de las Semanas de Música Religiosa de Cuenca. Como viene siendo habitual, escribiré la crónica diaria de cada uno de los conciertos en el periódico www.vocesdecuenca.com
La apuesta del director desde 2017 -Cristóbal Soler- se parece mucho a la que tuvo Valdano para el Real Madrid cuando hablaba de que el futuro de ese equipo (soy del Atleti a muerte, abonado para más señas) pasaba por una combinación de "Zidanes y Pavones". Es decir, grandes estrellas junto a nuevos valores de la cantera, salida en este caso de la Academia de la SMR.
Esta entrada no tiene como objetivo hacer un sesudo análisis previo del Festival. No tengo ni ganas ni tiempo. Solamente quiere recordar que tenemos este tesoro, en el cual participará otra vez Marc Minkowski al frente de Les Musiciens du Louvre. La versión que hicieron de La Pasión según San Juan en el año 2010 la reflejé, absolutamente conmocionado, el 30 de marzo de ese mismo año en las páginas de EL DÍA DE CUENCA.
Si desean, pueden leerla. Posiblemente, el concierto más bello al que he asistido nunca. Ojalá la magia se repita este año con La Pasión según San Mateo.
MINKOWSKI ROZA EL
CIELO
No
olvidaremos nunca el 29 de marzo de 2010 como el Lunes Santo en que la ciudad
de Cuenca vio aparecer la figura de Mark Minkowski. Muchos de los presentes seguimos
la trayectoria y discografía del director francés, pero no habíamos tenido la
suerte de conocerlo en directo. Era la gran figura europea de la dirección
barroca que faltaba por pasar en las SMR.
Minkowski
fundó en 1982 (con tan solo veinte años) Les Musiciens du Louvre, la agrupación
de instrumentos originales con la que ha recorrido la música de los siglos XVII
y XVIII con éxito y especialización crecientes. Desde hace tres años su visión
teatral y electrizante de la Misa
en Si de Bach fue considerada por muchos como la más rompedora versión de la
última década.
Debo
reconocer que partía con algún prejuicio hacia algunos planteamientos, como el
reducido coro, limitado a dos voces por cuerda. Los pocos que mantenía a las
20.30 horas habían desaparecido a las 20. 40. La sonoridad de la orquesta no
sólo era cálida, precisa y preciosista. Lo más impresionante era el alma
teatral que desprendía la interpretación. Posteriormente, cuando el coro
intervino, entendí que ocho voces pueden ser suficientes si son redondas,
moldeables, bellas y timbradas. Acabado el coro “Herr, unser Herrscher” supe
que me encontraba ante uno de esos momentos mágicos que sucede pocas veces y
que genera una conmoción en el irrepetible público de las Semanas. El drama de la Pasión de Cristo, el
Evangelio de Juan y la música de Bach unidos en la más bella historia humana.
Teatro sin escena pero con los ingredientes más perfectos para que la trama
avance. En la concepción de Minkowski cada detalle hacía que la perfección se
convirtiera en genialidad. He visto a pocos directores tan comprometidos con el
silencio… ¡Cómo unía los distintos números con el contrafagot para que nada los
separara! ¡Cómo describir los segundos
eternamente maravillosos que hubo antes del Da Capo del aria para contralto “Es
ist vollbracht”! ¿Y los tempi? Vibrantes, eléctricos y frenéticos o laxos hasta
el límite de la ternura. Todos los extremos eran posibles para el avance de la
historia en una interpretación al límite de la posibilidad humana.
El
compromiso de Minkowski fue somatizado por todos los intérpretes. No puedo
destacar a ninguno, porque desde el laudista, los violinistas convertidos en
violistas d´amore, los oboístas hasta el soberbio evangelista Markus Brutscher
todos rayaron en la más absoluta perfección y en directa simbiosis con la
concepción de la obra. Por eso deben comprender que cuando el coral que cerraba
la obra concluyó y el director, en su último acto de sabiduría, mantuvo los
brazos levantados para retardar los aplausos, la congoja se apoderara de mí.
Los bravos rompieron mi garganta mientras las lágrimas descendían por mi rostro.
Emulé a Pedro sin ningún tipo de vergüenza.