Cuando Manuel de Falla (1876-1946) recibe el encargo de la
princesa Polignac de escribir una ópera
de cámara, el maestro gaditano ya había
comenzado un nuevo camino estético, tan “nacionalista” como el anterior, pero alejado
del folklore andaluz y muy cercano a la música culta española de los siglos XVI
y XVII, de la que no sólo bebe su esencia, sino que toma literalmente fragmentos
de esas fuentes, con una elaboración audaz, ingeniosa, vanguardista y embebida
de una época interesantísima del siglo XX: el neoclasicismo.
Manuel de Falla reservó en su escueta producción un espacio
muy grande dedicado a la música escénica. Tras conseguir el Primer Premio de
piano en el Real Conservatorio de Música de Madrid en el año 1899, observó que
la mejor salida (y económicamente la única) para un compositor español era la
zarzuela. Entre 1900 y 1903 escribe al menos cuatro: El corneta de órdenes, La cruz de Malta (éstas dos en colaboración
con Amadeo Vives), La casa de tócame
Roque y Los amores de la Inés,
que fue la que más éxito le dio. En ellas sigue el estilo castizo del género,
folklórico y popular, sin ambición universal.
Tras contactar en Madrid
con el catalán Felipe Pedrell, la obra de Falla sufrirá un cambio
radical. A partir de ahí, el uso de elementos de inspiración popular será la
base de un lenguaje que anhela la internacionalidad. Para ello, el desarrollo
musical ha de ser por tanto, innovador y trascendente, con un desarrollo
armónico audaz, ambicioso y colorista. El empujón de las tesis de Pedrell universalizó
al maestro de Falla, que abordó desde esas premisas su primera ópera: La vida breve. Es una partitura muy
superior a las zarzuelas anteriores, con pasajes inolvidables que la colocan en
una posición más elevada. El principal
“pero” es la escasa profundidad psicológica de los personajes, salvo el caso de
la protagonista: Salud.
El Retablo.
Volviendo al principio del artículo, Falla volvió a
interesarse por la ópera tras la conclusión de La vida breve y antes del estreno de la misma. Según Antonio
Gallego en las notas que escribió para el CD de harmonia mundi:
Múltiples razones le impidieron abordar por segunda vez el
género, hasta que, antes de irse a vivir a Granada, comenzó a trabajar en una
“adaptación musical y escénica de un episodio de El ingenioso caballero Don
Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes”. El libreto, tras la ruptura con
los Martínez Sierra, lo hizo él mismo, y la obra entró entre las que vendió a
la editorial Chester en diciembre de 1919. Obedecía a un encargo que le hizo la
princesa Polinac, en cuyo palacio se estrenó en París en 25 de junio de 1923.
La grandeza en pequeñas dosis se muestra en todos los
aspectos de la composición. Para empezar, sólo utiliza tres personajes: el
Trujamán (el niño que narra lo que hacen los títeres), Maese Pedro (tenor) y el
propio Don Quijote (barítono). La
orquestación es camerística, alejada de cualquier grandilocuencia:
Viento: 1 Flauta/ piccolo, 2 Oboes, 1 Corno Inglés, 1 Clarinete, 1 Fagot, 2 Trompas, 1 Trompeta.
Percusión: 2 timbales, tambor (con la caja de madera), xilófono, 2 carracas, 1 gran pandero sin sonajas, Tam- tam y campanilla.
Clavicembalo
Arpa
Cuerda: 2 primeros y 2 segundos violines, 2 violas, chelo y contrabajo. Falla especifica la posibilidad de aumento de intérpretes de cuerda en caso de representarse en una sala grande.
Viento: 1 Flauta/ piccolo, 2 Oboes, 1 Corno Inglés, 1 Clarinete, 1 Fagot, 2 Trompas, 1 Trompeta.
Percusión: 2 timbales, tambor (con la caja de madera), xilófono, 2 carracas, 1 gran pandero sin sonajas, Tam- tam y campanilla.
Clavicembalo
Arpa
Cuerda: 2 primeros y 2 segundos violines, 2 violas, chelo y contrabajo. Falla especifica la posibilidad de aumento de intérpretes de cuerda en caso de representarse en una sala grande.
Por último, el minimalismo se certifica con la duración, que
rara vez superará los treinta minutos, explotando casi íntegramente (con
pequeños recortes) el capítulo 26 de la segunda parte del Quijote. Falla juega
con un efecto escénico: el teatro dentro del teatro, ya que existe una doble
representación, la del público viendo la ópera y la de don Quijote y todos los
asistentes al retablo observando los títeres y su ingeniosa historia de
caballería. La locura de don Quijote hace que nunca realidad y ficción estén
separadas y que el paso de una a otra sea permanente.
La música del Retablo
de Maese Pedro.
En esta época donde la clasificación compartimentada es
necesaria para dar sentido a las cosas, es muy fácil poner una línea divisoria
entre el Falla “popular” del Amor brujo o El sombrero de tres picos con este
Falla “castellano” del concierto para clave o de la obra que aquí nos reúne. Sin embargo, son también muchas
las coincidencias como, por ejemplo, el uso de recursos politonales, que aunque
son más marcados y exagerados desde el CONCIERTO PARA CLAVE, ya se podían
apreciar en muchos pasajes de EL AMOR BRUJO. Falla juega con un estilo y otro
con una comicidad erudita. Así se permite esconder la melodía de la canción del
Fuego Fatuo entre todo el enjambre de voces que suenan en la huída de los
amantes, justo después de la segunda interrupción de don Quijote.
Como dijimos en el primer párrafo, las fuentes del Retablo
de Maese Pedro vienen directamente de los trabajos musicológicos de Felipe
Pedrell, que sacaron a la luz las creaciones no litúrgicas de los siglos XVI y
XVII de Francisco Guerrero, Salinas o Gaspar
Sanz. Toda esa música, por entonces desconocida, fue un mundo infinito y una
fuente estilística para don Manuel, que tamizó y recreó de forma personal y
auténtica. El mismo Antonio Gallego afirma que el bellísimo canto a dulcinea de
la parte final toma como base la villanesca PRADO VERDE Y FLORIDO de Francisco
Guerrero. Personalmente lo veo un poco peregrino, a pesar de las evidentes
semejanzas. La armonía que utiliza Falla
gira alrededor de la politonalidad y de la tonalidad con notas añadidas, que
logran una permanente sonoridad disonante que encaja con la comicidad trágica
de los personajes, logrando extraer toda la personalidad de los mismos. La
orquestación descarnada ahonda todavía más en lo grotesco de la trama y
consigue que avance con dinamismo.
No quiero terminar esta entrada sin hacer una observación
sobre cómo resuelve Falla la voz recitada. La mayoría del peso lo lleva el
trujamán, que debe ser un niño o, en su ausencia, una mezzosoprano aguda. El
uso de la tradición del pregonero, que consistía en la repetición de una nota –
a la que el compositor añade bastantes saltos cuando la acción lo requiere— es
la solución perfecta, que difícilmente se puede aplicar a otra situación
escénica.
El Retablo de Maese Pedro es quizá la gran ópera del
movimiento neoclásico europeo. Una joya guardada en un pequeño cofre. Todos los
sentimientos terminan en la ironía o la sátira. Ni siquiera el amor a Dulcinea cede un ápice a
un perfume musical romántico. No existen
concesiones ni falsedades en una música perfecta que debería llenar los
escenarios españoles y de lengua hispana de todo el mundo en la celebración del
400 aniversario de la publicación de la segunda parte del Quijote. Una ópera
que es calificada por Tomás Marco en el volumen 6 de la Historia de la Música
Española como “paradigma de toda una etapa de la música española” y para mí una
de las más increíbles creaciones del siglo XX y una obra maestra sin parangón.
Versión:
- Orchestre Symphonique de Montréal, dir Charles Dutoit.
- Justino Díaz, barítono ("Don Quijote").
- Joan Cabero, tenor ("Maese Pedro").
- Xavier Cabero, soprano (el "Trujamán", narrador).
- Xavier Cabero, soprano (el "Trujamán", narrador).